domingo, 13 de noviembre de 2016

CRIMEN Y CASTIGO. CONCLUSIÓN . EL VIRUS DEL DICTADOR

CRIMEN Y CASTIGO
Unas cuantas horas de lectura placentera.
 He recorrido calles, edificios, puentes, jardines de San Petersburgo del siglo XIX, he conocido personajes de la época, que también pueden ser de hoy;  personas buenas y entregadas al prójimo, gente amigable y simpática, individuos corroídos por el vicio, madres y hermanas que dan la vida por los suyos, algún iluminado, algún trepador, almas generosas y almas pobres y mezquinas.
En fin, leer a Dostoyevsky es vivir la historia que él te cuenta.

El núcleo de “Crimen y Castigo” es el estudio del alma humana, enfocando principalmente al individuo que cree que la verdad absoluta le pertenece y ve a los demás como seres inferiores; causa enormes e irreparables sufrimientos, crea en la gente odios y rencores seculares. Son ellos quienes deciden quién debe vivir o morir;  si en la persecución de sus fines muere alguien que no estaba previsto, tampoco sienten remordimiento,porque...  son “daños colaterales”: Lisbeth, ¡pobre Lisbeth, tan buena, tan humana, tan humilde, tan sensible!, estaba en el lugar equivocado.

Crimen y Castigo está escrita en el año 1866, cuarenta y ocho años antes de la primera guerra mundial, cincuenta y un años antes de la revolución rusa y setenta y tres antes de la segunda guerra mundial… Si todo el mundo hubiera leído a Dostoyevsky, los iluminados de turno, esos “hombres extraordinarios llamados a dirigir la humanidad” ¿hubieran tenido suficiente apoyo para llevar a la tumba a tantos millones de seres humanos?
A Casandra la escucharon, no la creyeron y Troya fue derrotada, a Dostoyevsky no le escucharon, y seguimos sin escucharle.


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CRIMEN Y CASTIGO. PDF


            
 NOTAS             

JUSTIFICACIÓN DEL CRIMEN 
...En el artículo que comentamos se divide a los hombres en dos clases: seres ordinarios y seres extraordinarios.
Los ordinarios han de vivir en la obediencia y no tienen derecho a faltar  a  las  leyes,  por  el  simple  hecho de ser ordinarios. En cambio, los individuos extraordinarios están autorizados a cometer toda clase de crímenes y a violar todas las leyes, sin más razón que la de ser extraordinarios.
....Lo que yo insinué fue tan sólo que el hombre extraordinario tiene el derecho..., no el derecho legal, naturalmente, sino el derecho moral..., de permitir a su conciencia franquear ciertos obstáculos en el caso de que así lo exija la realización de sus ideas, tal vez beneficiosas para toda la humanidad...
…ese derecho moral a derramar sangre que tú concedes con plena conciencia y excusas con tanto fanatismo... Me parece que ésta es la idea principal de tu artículo la autorización moral a matar..., la cual, por cierto, me parece mucho más terrible que la autorización oficial y legal.
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([1]Raskalnikof) -¿Mi crimen? ¿Qué crimen? -exclamó el joven en un repentino acceso de furor-. ¿El de haber matado a un gusano venenoso, a una vieja usurera que hacía daño a todo el mundo, a un vampiro que chupaba la sangre a los necesitados? Un crimen así basta para borrar cuarenta pecados. No creo haber cometido ningún crimen y no trato de expiarlo. ¿Por qué me han de gritar por todas partes: « ¡Has cometido un crimen!»? Ahora que me he decidido a afrontar este vano deshonor me doy cuenta de lo absurdo de mi proceder. Sólo por cobardía y por debilidad voy a dar este paso...,(entregarse a la justicia) o tal vez por el interés de que me habló Porfirio[2].
-Pero ¿qué dices, Rodia? -exclamó Dunia[3], consternada-. Has derramado sangre.
-Sangre..., sangre... -exclamó el joven con creciente vehemencia-. Todo el mundo la ha derramado. La sangre ha corrido siempre en oleadas sobre la tierra. Los hombres que la vierten como el agua obtienen un puesto en el Capitolio y el título de bienhechores de la humanidad. Analiza un poco las cosas antes de juzgarlas. Yo deseaba el bien de la humanidad, y centenares de miles de buenas acciones habrían compensado ampliamente esta única necedad, mejor dicho, esta torpeza, pues la idea no era tan necia como ahora parece. Cuando fracasan, incluso los mejores proyectos parecen estúpidos. Yo pretendía solamente obtener la independencia, asegurar mis primeros pasos en la vida. Después lo habría reparado todo con buenas acciones de gran alcance. Pero fracasé desde el primer momento, y por eso me consideran un miserable. Si hubiese triunfado, me habrían tejido coronas; en cambio, ahora creen que sólo sirvo para que me echen a los perros.
-Pero ¿qué dices, Rodia?
-Me someto a la ética, pero no comprendo en modo alguno por qué es más glorioso bombardear una ciudad sitiada que asesinar a alguien a hachazos. El respeto a la ética es el primer signo de impotencia. Jamás he estado tan convencido de ello como ahora. No puedo comprender, y cada vez lo comprendo menos, cuál es mi crimen.
EL VIRUS DEL DICTADOR O LA VISIÓN DE RASKOLNIKOK
Al recobrar la salud (Raskolnikof)  se acordó de las visiones que había tenido durante el delirio de la fiebre.
Creyó ver el mundo entero asolado por una epidemia espantosa y sin precedentes, que se había declarado en el fondo de Asia y se había abatido sobre Europa. Todos habían de perecer, excepto algunos elegidos. Triquinas microscópicas de una especie desconocida se introducían en el organismo humano.
Pero estos corpúsculos eran espíritus dotados de inteligencia y de voluntad. Las personas afectadas perdían la razón al punto. Sin embargo -cosa extraña-, jamás los hombres se habían creído tan inteligentes, tan seguros de estar en posesión de la verdad; nunca habían demostrado tal confianza en la infalibilidad de sus juicios, de sus teorías científicas, de sus principios morales. Aldeas, ciudades, naciones enteras se contaminaban y perdían el juicio. De todos se apoderaba una mortal desazón y todos se sentían incapaces de comprenderse unos a otros. Cada uno creía ser el único poseedor de la verdad y miraban con piadoso desdén a sus semejantes. Todos, al contemplar a sus semejantes, se golpeaban el pecho, se retorcían las manos, lloraban... No se ponían de acuerdo sobre las sanciones que había que imponer, sobre el bien y el mal, sobre a quién había que condenar y a quién absolver. Se reunían y formaban enormes ejércitos para lanzarse unos contra otros, pero, apenas llegaban al campo de batalla, las tropas se dividían, se rompían las formaciones y los hombres se estrangulaban y devoraban unos a otros.
En las ciudades, las trompetas resonaban durante todo el día. Todos los hombres eran llamados a las armas, pero ¿por quién y para qué? Nadie podía decirlo y el pánico se extendía por todas partes. Se abandonaban los oficios más sencillos, pues cada trabajador proponía sus ideas, sus reformas, y no era posible entenderse. Nadie trabajaba la tierra. Aquí y allá, los hombres formaban grupos y se comprometían a no disolverse, pero poco después olvidaban su compromiso y empezaban a acusarse entre sí, a contender, a matarse.

Los incendios y el hambre se extendían por toda la tierra. Los hombres y las cosas desaparecían. La epidemia seguía extendiéndose, devastando. En todo el mundo sólo tenían que salvarse algunos elegidos, unos cuantos hombres puros, destinados a formar una nueva raza humana, a renovar y purificar la vida humana. Pero nadie había visto a estos hombres, nadie había oído sus palabras, ni siquiera el sonido de su voz…

(Sin embargo...)




[1] Joven estudiante asesino
[2] Juez instructor
[3] Hermana de Raskolnikof, Rodia, en familia
                                                                                    IR AL ÍNDICE


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