TAO TE CHING de Lao Tsé
PRÓLOGO
Tao Te Ching puede traducirse por
El libro de la inmanencia del sendero o El libro del sendero y de su
manifestación en el mundo o, simplemente, El libro del sendero. Puesto que esta
obra es ya popularmente conocida por su título chino, he decidido conservarlo.
En lo que se refiere a Lao Tse,
su autor, poco cabe decir. Es posible que fuera contemporáneo de Confucio
(551-479 a. C.) y que ocupara la posición de archivero real en alguno de los
diminutos reinos de la época.
Al igual que un indio iroqués,
Lao Tse no dejó huellas. Todo cuanto dejó fue su libro: una de las maravillas
del mundo y un manual ya clásico acerca arte de vivir, escrito con un estilo
tan lúcido como una gema, radiante de gracia y humor y dotado de profunda
sabiduría e inmenso corazón.
En general, se considera que Lao
Tse era un ermitaño. A partir de sus enseñanzas, sin embargo, resulta evidente
que se trataba de alguien que se interesaba profundamente por la sociedad, en
el sentido de que la sociedad procura el bienestar de nuestros semejantes, los
seres humanos.
Su libro es, entre otras cosas,
un tratado sobre el arte del dirigir, ya sea un país o una familia.
Un error muy común es
malinterpretar su insistencia en «no hacer nada» (traducción literal de wei wu
wei), asimilando ese concepto a pasividad. Nada hay más lejos de la verdad. Un
atleta puede entrar en un estado de conciencia corporal tal que el golpe
apropiado o el movimiento correcto suceden por sí mismos, sin esfuerzo y sin
interferencia de la voluntad consciente. Esto es un paradigma de la no-acción:
la más pura y efectiva forma de acción. Es el propio juego quien juega el juego;
el poema se escribe a sí mismo, no es posible separar danza y danzante.
Cada vez es más superfluo forzar
las cosas hasta que al fin se llega a la no-acción.
Cuando nada se hace, nada queda
por hacer.
«Nada se hace», ya que el actor
se ha desvanecido totalmente en la acción; el combustible se ha transformado
plenamente en llama. De hecho, esta «nada» lo es todo.
Esto es lo que sucede cuando
confiamos en la inteligencia del universo, de la misma manera que el atleta o
el bailarín confían en la inteligencia de su cuerpo. De ahí que Lao Tse ponga
tanto énfasis en la suavidad. Este término significa lo opuesto a rigidez y
evoca flexibilidad, adaptabilidad y perdurabilidad.
La figura central de esta obra de
Lao Tse es el Maestro, un hombre o una mujer cuya vida está en perfecta armonía
con el modo en que son y suceden las cosas. Esto no es una idea, es una
realidad; yo lo he visto.
El Maestro lo es porque ha
alcanzado maestría sobre la naturaleza; no en el sentido de haberla conquistado,
sino en el de ser él mismo naturaleza. Al rendirse al Tao abandonando todo
concepto, juicio y deseo, su mente es, por naturaleza, compasiva. El Maestro
halla así en lo más profundo de su propia experiencia las verdades esenciales
del arte de vivir, las cuales sólo son paradójicas en la superficie: cuanto más
auténticamente solitarios, más compasivos podemos ser; cuanto más nos
desapegamos de lo que amamos, más presente es nuestro amor; cuanto más clara es
nuestra percepción de lo que está más allá del bien y del mal, más plenamente
podemos encarnar el bien. Hasta que, finalmente, el Maestro puede afirmar con
toda humildad: «Yo soy el Camino (el Tao), la Verdad y la Vida».
La enseñanza del Tao Te Ching es
moral en el sentido más profundo del término. Desembarazado de todo concepto de
pecado, el Maestro no ve en el mal una fuerza a lo que haya que resistirse,
sino sólo una opacidad, un estado de autoabsorción que está en desarmonía con
el proceso universal y que, al igual que la suciedad de una ventana, obstruye
el paso de la luz. Es por hallarse libre de toda categoría moral que el Maestro
puede ser auténticamente compasivo con los malvados y egoístas.
Así, el Maestro es accesible a
todos y no rechaza a nadie. Emplea todas la situaciones y no desperdicia nada. A
esto se le llama encamar la luz.
¿Qué es un buen hombre sino
maestro de un hombre malo? ¿Qué es un mal hombre sino la tarea de un hombre
bueno? Si no comprendes esto, te perderás, por inteligente que seas.
Este es el gran secreto.
El lector observará que he
empleado el término masculino en aquellos pasajes en los que Lao Tse habla del
Maestro. Esta elección se debe solamente a economía de lenguaje, debiendo
entenderse, no obstante, que el Maestro puede ser tanto hombre como mujer. De
hecho, de entre todas las filosofías o religiones del mundo, las enseñanzas de
Lao Tse son, con mucho, las más femeninas. Por ello, siéntase el lector libre
de sustituir «él» por «ella» a su placer.
Stephen Mitchell (Traductor de
esta edición)
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